¿Telón de fondo de dilemas en la construcción de espacios regionales?

La actual crisis financiera y económica, que sacude especialmente a países europeos y a la zona del Euro pero que puede tener efectos en cadena a escala global, se inserta en un cuadro de profundos cambios estructurales en el sistema internacional. Entender tales cambios será quizás una de las condiciones que incidirán en las políticas que los países apliquen a fin de encarar los efectos más inmediatos de la crisis, señala Félix Peña (*) en su último newsletter.


Son ellos cambios estructurales que reflejan el fin simultáneo de por lo menos tres ciclos históricos largos. Tales ciclos han dominado las relaciones internacionales durante los últimos siglos.

Uno de esos ciclos es el iniciado hace unos quinientos años cuando Europa comienza a ocupar el centro del escenario mundial, lugar que se desplaza al promediar el siglo pasado hacia los Estados Unidos. Es un ciclo largo centrado en Occidente (ver al respecto el libro de Fareed Zakaría, “The Post-American World. Release 2.0”, incluido en la Sección Lecturas Recomendadas de este Newsletter del mes de octubre pasado). Se ha entrado ahora a un mundo descentrado en el que predomina un número indeterminado de protagonistas principales (ver al respecto el libro de Jean-Claude Guillebaud, “Le commencement d’un monde. Vers la modernité metisse”, Seuil, Paris 2008). Como consecuencia de ello, es un mundo en el que se abren múltiples opciones para las estrategias de inserción internacional de casi todos los protagonistas –no sólo estatales-, cualquiera que sea su dimensión económica relativa. Se ha generalizado así un fenómeno de empoderamiento de los protagonistas de la competencia por el poder mundial y por los mercados internacionales, cuyas consecuencias no son fáciles aún de prever.

El otro ciclo largo que está culminando es el iniciado con la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII que dio lugar, entre otros muchos efectos, a la divergencia de trayectorias económicas entre los países del centro y de la periferia, entre los del Norte y los del Sur (ver al respecto el libro de Michael Spence, “The Next Convergence. The Future of Economic Growth in a Multispeed World”, incluido más abajado en la Sección Lecturas Recomendadas).

Y el tercer ciclo largo es el iniciado a mitad del siglo XVII con la Paz de Westfalia, en el cual surgen diversas modalidades de conciertos o clubes de naciones relevantes, todas ellas con la capacidad y la expectativa de incidir decisivamente en la preservación de un determinado orden internacional (ver al respecto el reciente libro de Bertrand Badie, “Diplomatie de Connivence. Les dérives oligarchiques du systeme international”, incluido en la Sección Lecturas Recomendadas de este Newsletter del mes de octubre pasado). Las reuniones del G20 –como se manifiesta una vez más en la pasada Cumbre en Cannes (ver http://www.g20.utoronto.ca/summits/2011cannes.html)- están poniendo en evidencia la dificultad que tienen sus países miembros para concertar respuestas comunes y efectivas a cuestiones relevantes de la agenda global. El espectro del “congelamiento del poder mundial” o del “condominio oligárquico” –esto es, un grupo de potencias en condiciones de imponer y eventualmente congelar un orden internacional actuando en forma conjunta-, planteado hace unas décadas por destacados diplomáticos, parece ser ahora menos creíble.

Los mencionados cambios estructurales son hoy un telón de fondo a tener presente en el análisis de las turbulencias que están sacudiendo, en particular, al espacio regional europeo.

Pero también están detrás de los dilemas existenciales y metodológicos que se observan en todo espacio geográfico regional en el que coexisten naciones soberanas que pueden optar, en sus relaciones recíprocas, por el camino de la fragmentación o por el de la articulación. Incluye, por cierto, el espacio geográfico sudamericano o el más amplio –y por momentos más difícil de definir con precisión- que es el de América Latina y el Caribe.

Cuando son existenciales, tales dilemas se refieren a las razones para que un grupo de naciones que comparten un espacio geográfico, institucionalicen una asociación voluntaria y permanente orientada a otorgarse un tratamiento económico preferencial que facilite una articulación productiva a escala transnacional; a unirse en sus relaciones y negociaciones con terceros países, y a facilitar la gobernabilidad regional mediante el predominio de valores democráticos, de la cohesión social y, en especial, de la paz y la estabilidad política. Son dilemas que se refieren entonces a los objetivos que se persiguen a través de la asociación de las respectivas naciones. Implica reconocer la necesidad de trascender el uso exclusivo de la lógica del bilateralismo en sus relaciones regionales.

En cambio, cuando los dilemas son metodológicos, se refieren a las modalidades del trabajo conjunto entre las naciones contiguas y, en particular, a los mecanismos, instituciones y disciplinas empleadas para lograr los objetivos comunes perseguidos por una asociación voluntaria y con vocación de permanencia.

Por la crisis que ha estado afectando en particular a la zona del euro, el caso europeo merece en la actualidad una atención especial. Ello es así incluso por la incidencia que puede tener en la propia construcción del espacio regional sudamericano y en las relaciones entre ambas regiones, como lo estarían poniendo de manifiesto las dificultades para avanzar y concluir la negociación inter-regional entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur.

La construcción de una Europa unida ha entrado en una fase de fuertes incertidumbres y, a la vez, de grandes dilemas. Incertidumbres con respecto al futuro de su modelo económico y social, sustento de un modo de vida y de cada uno de los diversos sistemas políticos nacionales. Dilemas en cuanto a cómo continuar la construcción de un espacio integrado que presenta éxitos y también visibles falencias.
Son incertidumbres y dilemas que reflejan el fin de un período como consecuencia, en gran medida, de los antes mencionados cambios internacionales profundos. Que además afectan no sólo a las economías, sino también a la vida política de varios países miembros de la UE. Al menos de aquellos que han sido más impactados por la crisis del euro. Y no son solamente los deudores. También afecta a los ciudadanos. Están desorientados, por momentos se indignan y protestan. No siempre tienen qué proponer.

Lo concreto es que ha empezado a cuestionarse la supervivencia misma de la UE y no sólo de la zona del euro. La crisis está adquiriendo entonces una dimensión existencial. Es decir que lo que podría estar en juego es la propia noción de un espacio europeo integrado. Se observan signos que indican una cierta tentación a un retorno a la lógica del bilateralismo. Incluso comienzan a surgir fantasmas del pasado. Sutilmente los hizo presentes la Canciller Angela Merkel, cuando en vísperas de la Cumbre europea de comienzos de este mes de noviembre, recordaba en el Parlamento alemán que lo que estaba en riesgo eran los logros de cincuenta años de paz en Europa. Y muchos europeos recuerdan aún cuál era la realidad antes de ese punto de inflexión, que fue el Plan Schumann de 1950.
Es precisamente esa dimensión existencial la que puede complicar la reiterada idea de superar la actual crisis con “más Europa”, que implique dar un salto adelante en el desarrollo de instituciones y políticas comunes. La dificultad que ese slogan plantea es que para sectores quizás crecientes de varios países miembros –parecería ser el caso de varios de los del grupo fundacional original- la propia Europa unida, al incluir tan diversos y numerosos países es precisamente el problema, por visualizarse en ella algunas de las causas de la actual crisis.

Hay evidencias, entonces, de una erosión de la identidad europea que se manifiesta en expresiones tales como “su problema no es mi problema”, cuando algunos ciudadanos de países europeos se refieren a lo que le ocurre, por ejemplo, a los griegos o a lo que podría ocurrirle a los italianos, españoles o portugueses. Y al pensar así reflejan el desconocimiento de que muy probablemente su propio país no tenga un “plan B” razonable a la idea de una Europa integrada.

De lo que está sucediendo en la integración europea es posible extraer tres conclusiones útiles a la hora de impulsar la construcción de un espacio de gobernabilidad regional sudamericana que incluya, por cierto, la superación de visibles insuficiencias del Mercosur. Especialmente si el futuro de tal construcción se visualiza tomando en cuenta el contexto de las nuevas realidades estructurales del sistema del poder mundial y de la competencia económica global.

La primera es que la reingeniería permanente de sus instituciones y políticas comunes, a fin de adaptarlas a nuevas realidades y circunstancias, es una demanda constante en la construcción de un espacio de integración entre naciones soberanas que comparten un espacio geográfico regional. Ello requiere construcciones que a la vez sean sumamente flexibles y previsibles, tomando en cuenta las señales que procurarán captar quienes tienen que adoptar decisiones de localización de inversiones, especialmente en el ámbito de encadenamientos productivos y cadenas de suministros transnacionales.
La segunda conclusión es que tal reingeniería –y con más razón aún el diseño original- no puede responder a modelos preconcebidos ni de libros de texto. No son prescripciones de la teoría económica o política lo que se suele tener en cuenta en los casos reales. En cierta forma, todos ellos han sido en el pasado y suelen ser aún, “trajes a la medida” en función del diagnóstico sobre realidades nacionales concretas y de la percepción de los márgenes de maniobra que provienen del contexto externo. Responden a lo que los países miembros necesitan y, sobre todo, pueden hacer.

Y la tercera es que navegar el mundo actual, especialmente entre un conjunto integrado de naciones contiguas, no tolera un GPS. No hay cartas de navegación pre-establecidas. Por el contrario, es algo que requiere mucho instinto, realismo económico, flexibilidad y pericia técnica. Requiere en particular, un esclarecido y fuerte liderazgo político en cada uno de los países y, en especial, en aquellos con mayor capacidad para influenciar sobre las realidades y para movilizar a los socios. Requiere, finalmente, mucha suerte.

Es temprano aún para hacer un pronóstico sobre el futuro de la integración europea. Su pasado de más de cincuenta años genera la expectativa de que Europa sabrá reinventarse. Y que tal reinvención tendrá, a la vez, mucho de continuidad y de innovación. Es decir que será una metamorfosis en el sentido recomendado por Edgar Morin en su libro “Ma Gauche”, FB, Paris 2010).

En todo caso, no es ésta una cuestión indiferente para los países del Mercosur, teniendo en cuenta la negociación en curso para lograr un acuerdo interregional que sea atractivo y original. Un acuerdo que tampoco convendría que se lo concibiera en función de modelos teóricos y de fórmulas rígidas preconcebidas. Por el contrario, lo recomendable sería concebirlo como un proceso de largo plazo que permita aprovechar todas las flexibilidades que pueden extraerse de una correcta interpretación del artículo XXIV, párrafo 8 del GATT (ver al respecto este Newsletter del mes de abril 2011, en www.felixpena.com.ar). Para ello se requiere, de un lado y del otro del Atlántico, mucha voluntad política e imaginación técnica.



(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales - Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.

Texto completo: www.felixpena.com.ar
Félix Peña