Globalización e Integración

En un contexto mundial globalizado, competitivo y asimétrico, la experiencia MERCOSUR de integración, centrada fundamentalmente en el mercado, sustentada teóricamente en el neoliberalismo y encuadrada en el “regionalismo abierto”, cuya principal estrategia se apoya en la inserción competitiva de la subregión en el mercado mundial en un plazo perentorio, no obstante sus avances en el flujo de inversiones extranjeras directas y en el comercio internacional y regional, no ha contribuido a resolver los problemas de desarrollo interno ni la creciente vulnerabilidad externa de la región.


Son algunas de las apreciaciones de Iris Mabel Laredo, Directora del Programa Interdisciplinario de Investigación sobre Integración Latinoamericana (U.N.R), en su ponencia ante el VI Encuentro de las Regiones del Mercosur desarrollado entre el 14 y 15 de octubre en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Rosario, cuyos materiales serán compilados en un libro. A lo largo de su trabajo, Laredo explica el carácter pasivo de la inserción mundial de nuestras economías bajo el modelo de integración “comercialista”, e insta a lograr la adecuada incorporación de los países y de las regiones al proceso de globalización. De ahí la importancia asignada a los procesos de integración integral y a los movimientos en favor de la regionalización al interior de los países que se están operando, para identificar y abordar los problemas comunes y tratar de superarlos en forma conjunta, señala la investigadora en el trabajo que se reproduce a continuación.

El proceso de globalización y de interdependencia creciente entre las naciones no constituye en realidad un hecho nuevo, pero si lo es su expansión y consolidación en las últimas décadas, producto de la revolución tecnológico-científico sin precedentes operada a escala planetaria y por las transformaciones generadas por ella, que redujeron notablemente las distancias globales promoviendo un inusitado movimiento de bienes, de capitales, de personas y de ideas a nivel mundial.

Transformaciones estas que han incidido tanto en los modos de producción, como de acumulación del capital y en la organización y gestión empresarial y laboral, conduciendo a su vez a la unificación del mercado mundial, por la eliminación de las barreras al comercio y a la transferencia de fondos externos.

Esto a su vez ha generado la trasnacionalización de la economía y la formación de un sistema financiero mundial global, con efectos sobre el comercio internacional (que superó al producto) y un aumento aún mayor de las inversiones externas (que superaron al comercio).

Cabe sin embargo señalar, que no solo se han globalizado los mercados y las inversiones extranjeras directas sino también las desigualdades sociales, generando profundas asimetrías entre las naciones, entre las regiones y entre los distintos sectores sociales.

Desigualdades éstas que en vez de reducirse se han incrementado con el correr del tiempo, producto de la aplicación de modelos de ajuste estructural que han dejado librada la producción y la distribución de la riqueza a las fuerzas del mercado, de efectos regresivos sobre los países periféricos, pero mucho más sobre las regiones y los sectores más vulnerables. Desindustrialización, desempleo, incremento de la pobreza, de la indigencia y de la marginalidad social, creciente endeudamiento externo han sido los resultados más visibles de la implementación de estas políticas.

Situación esta no compensada por la adopción de modelos comercialistas de integración, dada la insuficiencia de las políticas públicas aplicadas por los mismos, tendientes a compensar los desequilibrios regionales y a capacitar a los agentes económicos-sociales de las regiones periféricas (pequeños y medianos productores) para afrontar los cambios cualitativos operados en el sistema internacional.

En un mundo globalizado, con una creciente asimetría entre sus componentes, es natural que se genere una mayor vulnerabilidad en los países de la periferia. También es explicable que al interior de los mismos se observen zonas aún más vulnerables, las áreas dedicadas a la producción extractiva, sujetas a las fluctuaciones de la demanda y de los precios internacionales. Situación ésta que se ve agudizada a su vez, por las crisis internacionales cíclicas.

Como consecuencia de las mutaciones operadas en el sistema internacional actual, coexisten y actúan fuerzas centrípetas –que tienden a la globalización- y fuerzas centrífugas –que tienden a la regionalización- como respuesta frente a la fragmentación, al aumento de las asimetrías y de la vulnerabilidad de las áreas periféricas, producto del proceso globalizador. Pudiendo constituirse estas últimas en etapas intermedias hacia una inserción pasiva o activa en el sistema globalizado internacional (funcionales o disfuncionales al mismo).

Indiscutiblemente, la globalización de los mercados y la regionalización, aunque parezcan fenómenos contradictorios, constituyen manifestaciones de los grandes cambios que se están operando en el escenario mundial.

La conformación de mercados globales, en los que la generación y distribución de la riqueza nacional pasa a depender cada vez más de la actividad de los agentes económicos ubicados en otras regiones del planeta, se ha constituido en la etapa más avanzada del proceso de mundialización iniciado por el capitalismo industrial(1).

A su vez, el surgimiento del “pensamiento único” como base de sustentación tanto del proceso de globalización como del de regionalización ha conducido a que la proliferación de los regionalismos implementados en las distintas áreas del globo sean funcionales a las economías de mercado y a los sectores trasnacionalizados que operan en ella.

En opinión de Aldo Ferrer, los argumentos esgrimidos por los ideólogos de la globalización no se verifican en la realidad, ya que ni la revolución tecnológica-científica, ni los frutos del desarrollo generados por ella, se han extendido a la “aldea global”, subsistiendo y agravándose el problema del subdesarrollo en las áreas periféricas. Tampoco los mercados globales han desplazado a los mercados nacionales (que todavía representan el 80 % de la producción mundial) y la atracción de inversiones extranjeras (más especulativas que productivas) debido a la adopción de políticas permisivas, tampoco se ha reflejado en un aumento significativo de la productividad y mucho menos del empleo (2).

De esto podríamos inferir, que el crecimiento económico de los países y de las regiones no va a depender de su integración a las corrientes internacionales de comercio e inversiones sino, fundamentalmente, a la forma en que se incorporen a la economía globalizada y regionalizada, tomando en cuenta no solo, los aspectos cuantitativos sino también los cualitativos del comercio, de las inversiones y del desarrollo económico-social del área en cuestión.

La adecuada incorporación de los países y de las regiones al proceso de globalización se ha constituido así en el factor determinante de su crecimiento económico y de su inserción en el sistema internacional.

De ahí la importancia que le asignamos a los procesos de integración integral y a los movimientos en favor de la regionalización al interior de los países que se están operando, para identificar y abordar los problemas comunes y tratar de superarlos en forma conjunta.

Si bien es cierto que en una economía globalizada, el regionalismo se ha constituido en el mecanismo al que recurren los gobiernos para orientar su integración económica, promover su desarrollo interno e insertarse más favorablemente en el sistema internacional, podemos definir como superficial a la integración que se basa fundamentalmente en el comercio y profunda si abarca también otras dimensiones (3).

El “regionalismo abierto” desarrollado por la CEPAL y aplicados a los acuerdos de integración regional, suscriptos en América Latina en las últimas décadas, constituye una fórmula de adecuación pasiva frente a la creciente interdependencia de los países de la región e impulsados por acuerdos intergubernamentales de carácter preferencial y por las fuerzas del mercado.

La actual tendencia a la globalización de la competencia y a la internacionalización de la producción han impuesto a nuestros países la apertura de sus economías al comercio y a las inversiones, lo que en la práctica no se ha traducido en el desarrollo económico-social esperado.

Si se aplica la lógica del regionalismo abierto, según la cual la liberalización regional representa solo un paso hacia la liberalización multilateral, no hay indicaciones de que el regionalismo y el multilateralismo tomen rutas distintas.

De ahí que en las últimas décadas podamos observar la proliferación de acuerdos de integración de “nueva generación” conjuntamente con el surgimiento de compromisos multilaterales de libre comercio (4).

Esto explica, que la nueva modalidad del regionalismo implementado en nuestra región, en lugar de constituirse en un instrumento de desarrollo y de protección de sus miembros frente a los riesgos generados por la globalización, maximizando su capacidad de acción a nivel mundial, sea funcional a las economías de mercado y a los sectores trasnacionalizados que operan en ella, profundizando la brecha entre países y sectores, confrontando más que integrando.

El modelo MERCOSUR de integración, centrado fundamentalmente en el mercado, sustentado teóricamente en el neoliberalismo y encuadrado en el “regionalismo abierto”, cuya principal estrategia se apoya en la inserción competitiva de la subregión en el mercado mundial en un plazo perentorio, no obstante sus avances en el flujo de inversiones extranjeras directas y en el comercio internacional y regional, no ha contribuido a resolver los problemas de desarrollo interno ni la creciente vulnerabilidad externa de la región.

Poniendo en evidencia las debilidades y limitaciones del modelo a partir del estallido de las sucesivas crisis internacionales ocurridos desde mediados de los ’90 (Mexicana, 1994-1995; Sudeste asiático, 1997; Rusa, 1998; Brasileña, 1999) (5). Mostrando en la práctica , más que una estrategia de desarrollo regional y de integración entre iguales, múltiples frentes de confrontación, que amenazan la vigencia misma de esta “alianza estratégica”.

La virtual “guerra de los negocios” desencadenada en la región, aún no ha sido superada, cuando sería necesaria, la profundización del proceso de integración y la consolidación del frente interno para operar como bloque en el escenario mundial, “agregando poder” a las unidades integradas.

De ahí la necesidad de revisar el modelo y las estrategias de integración y desarrollo adoptadas, las instituciones y mecanismos creados, los actores involucrados, las acciones que se emprenden, las alianzas que se concerten, los objetivos que se persigan... para lograr una inserción activa y positiva de la región en el escenario estratificado internacional, que a su vez se traduzca en el desarrollo integral de todas y cada una de las partes (6).

Dado el estado de situación del proceso, pensamos que solo con la estructuración de una política participativa y creativa, que apunte a reducir la vulnerabilidad externa, garantizando el desarrollo de la región y una real justicia distributiva interna, nuestros países podrán salir de su estancamiento, revitalizando su protagonismo en el escenario internacional y social.

Si los latinoamericanos revalorizamos el potencial que tenemos y aplicamos el modelo y la estrategia de integración adecuados para redimensionarnos y potenciarnos, podremos avanzar progresivamente hacia un desarrollo y una productividad destinada no solo al mercado externo sino también a nuestro inconmensurable mercado interno, mejorando la calidad de vida de sus pueblos.

En tal sentido, consideramos que una adecuada combinación de medidas nacionales y concertadas comunes que supongan un real esfuerzo de “agregación de poder intralatinoamericano”, contribuirá a reemplazar la interdependencia vertical tradicional –que en nada nos ha favorecido- por una interdependencia horizontal consentida basada en una legítima comunidad de intereses y en un deseo de compartir más equitativamente las riquezas disponibles.

Para ello, se hace necesario profundizar el proceso de integración regional y subregional en marcha, a los fines de mancomunar esfuerzos para satisfacer las múltiples necesidades aún insatisfechas y, por su intermedio, legitimarlo socialmente.

Bibliografía
(1) CEPAL, “Panorama de la inserción internacional de América Latina y el Caribe”, Santiago de Chile 2/12/1996, pág 11-12.
(2) Ferrer, Aldo, “Hechos y ficciones de la globalización”, en SELA, “Capítulos”, Nº 53, Caracas, Enero-Julio 1998 pág 158-168.
(3) CEPAL Ibidem pág 12-14.
(4) CEPAL, “El Regionalismo abierto en América Latina”, Santiago de Chile, Septiembre de 1994.
(5) CEPAL Op Cit pág 28-29. Banco Mundial, “En el umbral del siglo XXI”. Informe del desarrollo mundial 1999-2000, Washington DC 1999. CEI, “Panorama del MERCOSUR Nº 3” Buenos Aires, Julio 1999.
(6) PNUD, “Informe sobre desarrollo Humano” 1998-1999.
Sukup, Víctor, “América Latina, año 2000 ¿unida y dominada?”. Políticas Económicas, Desarrollo e Integración Regional, Universidad Nacional del Centro, 1999 pág 52-56.

Iris Laredo