Mercosur. Proteccionismo, respuestas colectivas y “factor Obama”

Existe un creciente consenso en que la actual crisis global logrará sobrevivir a la próxima Cumbre de Londres. Aún los más optimistas dudan que el denominado G20, logre generar un punto de inflexión sustancial en la evolución de la crisis. Sin embargo, el “factor Obama” puede todavía introducir elementos novedosos, en la medida que logre acreditar una diferente capacidad de diagnóstico de Washington sobre los problemas que se enfrentan a escala global,señala Félix Peña* en su último trabajo.


Existe un creciente consenso en que la actual crisis global logrará sobrevivir a la próxima Cumbre de Londres (2 y 3 de abril). Se prevé, además, que todos sus efectos sólo serán visibles en el mediano y largo plazo. Tales efectos no parecen aún haber madurado plenamente en ninguno de los planos en que ella se manifiesta, esto es, el financiero, el de la economía real y el comercio mundial, y el político.

Intentar comprender y explicar lo que está ocurriendo en el mundo que nos rodea – ya que predecir su evolución futura sería temerario – requiere un buen conocimiento de la historia larga y una aproximación interdisciplinaria. Es lo que nos aportaba el profesor Gilberto Dupas, sólido intelectual brasileño y del Mercosur, que acaba de fallecer. Entre otras cuestiones relevantes, nos ayudó a entender la lógica de la fragmentación de las cadenas productivas –factor esencial para captar las diferencias del mundo actual con el de los años 30 del siglo pasado-. Los frentes institucionales de su labor intelectual se han caracterizado precisamente por ser multidisciplinarios. Entre otros, se destacan el de Coordinador de un espacio de seguimiento e interpretación de la realidad internacional en el Grupo Muldisciplinario de Análisis de la Coyuntura Internacional (GACIN), de la Universidad de Sâo Paulo (www.usp.br/ccint/gacint); el de Presidente del Instituto de Estudios Económicos e Internacionales (IEEI) (www.ieei.com.br), y el de Editor de la revista Política Externa (www.politicaexterna.com.br) (sobre Gilberto Dupas, sus aportes y su persona, ver el artículo del profesor Celso Lafer –su amigo y colega en el trabajo intelectual al servicio de la tarea de entender el mundo- titulado “Gilberto Dupas (1943-2009)”, en el diario “O Estado de S. Paulo”, del 15 de marzo 2009).

Se han diluido con el transcurso del tiempo, tres visiones optimistas que se manifestaron cuando, a principios del 2008, la actual crisis global comenzara a emerger en todo su potencial. Ellas se referían a su naturaleza (era considerada como un problema básicamente financiero), a su duración (se la medía en términos de semestres) y a sus alcances (limitada a algunos países con la posibilidad del “desacople” del resto). Hoy no se duda que la crisis trasciende lo financiero y aún lo económico; que puede ser prolongada, y que alcanza en mayor o menor medida a todos los países. Por lo demás, el espectro de la profundización del contagio al plano político, está instalado con fuerza en dirigentes y en la opinión pública de un número creciente de países (ver por ejemplo, el artículo de Moisés Naim, el domingo 15 de marzo, en el diario “El País” de Madrid, así como la entrevista a José Miguel Insulza, en el diario “Clarín” de Buenos Aires, el mismo domingo 15 de marzo).

Aún a los más optimistas les cuesta ahora encontrar argumentos para predecir que el denominado G20, al reunirse al más alto nivel político en Londres, logrará generar un punto de inflexión sustancial en la evolución de la crisis.

Sin embargo, el “factor Obama” puede todavía introducir elementos novedosos, en la medida que logre acreditar una diferente capacidad de diagnóstico de Washington sobre los problemas que se enfrentan a escala global, y que se traduzca en un liderazgo eficaz que movilice la voluntad de cooperación entre los países participantes. Tarea difícil, pero aún probable.

En todo caso, los resultados de Londres podrán evaluarse a la luz de los progresos que se alcancen en torno a la capacidad colectiva de estabilizar el sistema financiero; de impulsar la reforma y fortalecimiento de las instituciones financieras internacionales; de contener la caída de la demanda global y del comercio mundial, y de neutralizar las tendencias proteccionistas. Tienen que ser progresos percibidos como efectivos y no sólo mediáticos. De lo contrario, será el propio G20 el que dejará de ser considerado como un espacio para el ejercicio de un liderazgo colectivo en la actual coyuntura global. Generar un espacio alternativo no será tarea fácil, si es que debe encararse a partir de un fracaso.

La atención de protagonistas y analistas – y con más razón la de los ciudadanos de los países involucrados – también se está concentrando en el impacto de la crisis global en los respectivos espacios geográficos regionales. La historia larga recuerda que los escenarios de colapsos políticos e, incluso, sus consecuencias más negativas en términos de enfrentamientos bélicos, en general han comenzado en los espacios regionales.

La atención en los contextos contiguos, es especialmente válida en relación a aquellos procesos de integración regional que se suponen orientados a asegurar, a la vez, pautas de una razonable gobernabilidad –predominio de la paz y la estabilidad- de la respectiva región, y su potencial de fortalecer la capacidad de cada uno de los países participantes, para lograr sus propios objetivos de transformación productiva y de inserción en la economía global. Son entre otros, los casos de la Unión Europea, la ASEAN y el Mercosur. Se sabe que son procesos constantemente sometidos a la tensión dialéctica entre factores que impulsan a la fragmentación y a la cooperación como condición para avanzar en una mayor integración, al menos de los respectivos sistemas económicos.

También se sabe que no existe un modelo único para preservar y fortalecer la voluntad política de lograr un trabajo conjunto, que sea sostenible en el tiempo entre naciones que son, y pretenden seguir siendo, soberanas.

Tales metodologías, son hoy puestas a prueba como resultado de la actual crisis global, al menos en tres planos. Ellos son el de las tendencias al proteccionismo en las relaciones recíprocas entre los países participantes; el de la capacidad de articular posiciones comunes frente a los efectos de la crisis y, en tercer lugar, el del ejercicio de un liderazgo colectivo eficaz en el respectivo espacio regional.

En el Mercosur ha vuelto a instalarse la cuestión de las restricciones unilaterales al comercio recíproco. Ya había ocurrido a finales de los noventa, como consecuencia de los efectos sobre las economías de los países miembros y el intercambio comercial intra-regional, originados en tres golpes sucesivos: la crisis asiática (1998), la devaluación del Real en el Brasil (1999) y el colapso de la convertibilidad en la Argentina (2002).

También esta vez el epicentro de los problemas se manifiesta en la relación comercial entre Argentina y Brasil. La caída del comercio bilateral ha superado el 40% en el primer bimestre de este año. Refleja la disminución de la actividad económica y del comercio exterior en ambos países. Ha dado lugar a recíprocas referencias a la aplicación de medidas restrictivas, especialmente a través de la utilización de licencias no automáticas. De hecho ambos países las aplican (en el caso del Brasil, el reciente informe de la Secretaría de la Organización Mundial del Comercio, señala que su normativa contempla la aplicación de licencias no automáticas para unas 3.500 líneas tarifarias).

Existen controversias en cuanto a las causas del desequilibrio comercial existente y al alcance de las medidas aplicadas. Pero, como ya ocurriera en la oportunidad anterior, todo indica que la cuestión comercial está siendo encarada en torno a tres ejes. El primero, es el interés político de ambos países de preservar el clima de buenas relaciones recíprocas y de trabajo conjunto, entre otras razones, por su valor estratégico en la gobernabilidad del espacio regional sudamericano. El segundo, es el reconocimiento del carácter limitado de los problemas comerciales identificados (involucraría, como en la anterior oportunidad, alrededor del 5% del intercambio recíproco). Y el tercer eje, es el de procurar resolver las situaciones puntuales a través de acuerdos entre los propios sectores empresarios, auspiciados por los respectivos gobiernos. Resultaron eficaces en el pasado y no habría razones para suponer que no lo serán también en el momento actual.

Quizás hubiera sido mejor haber previsto válvulas de escape –a la vez flexibles y sometidas a disciplinas colectivas- como parte integral de los mecanismos e instrumentos del Mercosur. Pero fue algo que no pudo lograrse en la anterior oportunidad. Sólo se acordó un mecanismo bilateral entre Argentina y Brasil, que sigue sin estar vigente.


Texto completo en: www.felixpena.com.ar

* Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.
Félix Peña